Se trata así pues de una evolución orgánica en la que coinciden naturaleza y artificio artístico, forma. La piel entendida como el territorio nada neutro de las vivencias humanas, roturada por los signos del tiempo. Ante este dilema situaría la última pintura de Codina tremendamente dramática en su aparente sobriedad, contaminada de un cansancio ancestral, de una vulnerabilidad atávica que la transforma en una experiencia estética fascinante, aunque solo sea porque transcribe literalmente el estado de ansiedad que augura la sorpresa de una vivencia sensible depuradora y esencial al conjunto. Una nueva visión de la realidad plástica en calidad de expectativa apasionante, definitiva.

Los aún no conscientes lugares de la memoria personal del artista afloran a contraluz en su apretada orografía gestual, que identifica con signos y figuraciones inéditas la última obra del pintor catalán, indicios, sencillamente, llamadas de atención del decurso del tiempo frente al espacio -simbólico pero eficiente y erosivo- de la indiferencia y la no identidad. «Tiempo en blanco»: un doble código sensible de resistencia y renovación formal que apela la materialidad de los elementos plásticos en calidad de índice certero de la abstracta celebración estética. Un territorio inexplorado de sensaciones y percepciones visuales que ni siquiera aspiran a convertirse en signos plásticos y se limitan a insinuar «el rastro del tiempo»: un bucle caprichoso, a medias, en la tensa superficie blanca del lienzo. El ajuste «informal» de materiales plásticos se transforma así en una permanente categoría estética, sin duda.

Una objetividad minimalista -el leve rasguño, casi un tatuaje sobre la piel del arte que evoca / invoca la candente disyuntiva nominalista: cuerpo o alma, en el ciego combate a la búsqueda de un sentido que dé cuenta de la inútil desazón que acompaña el acontecer humano. Volver a la brusca radicalidad del objeto de arte, nada menos -el arte es lo que representa-, pero en calidad así mismo de una representación revolucionaria que afirma su condición de cosa, la profunda objetualidad de la obra de arte contemporánea. Lo demás queda sometido «al juicio del espectador».

J. F. Yvars. Tiempo en blanco. Josep M. Codina. Pintura. Àmbit Serveis Editorials.

 

 

 

EL MISTERIO DE JOSEP M. CODINA

La pintura de Josep M. Codina atrae por su misterio. Un misterio que, a la vez, provoca una serie de interrogantes: de donde procede su mundo formal?, prefiere la figuración o la abstracción?, con qué materiales trabaja?, qué procedimientos emplea? Ante esta obra, pues, el espectador tiene que resolver un enigma y por eso tiene que buscar, sea por la vía intelectiva o por la sensitiva, unas claves que permitan la interpretación. El hecho, pero, se que nadie restará indiferente ante estos cuadros que atraen no por aquello que es explícito, sino por aquello que hace falta que nosotros aportamos.

Sus laberintos iniciales han abandonado las geometrías arquitectónicas para adentrarse en morfologías corpóreas de misteriosa configuración, en las cuales se inequívoca la presencia del cuerpo humano, piel adentro o piel afuera. Todo aquello que hace referencia a los órganos, a las vísceras, a los miembros… aparece, aunque vagamente, en un cosmos oscuro, que acaba creando un vocabulario personal y que se diferencia, de una manera muy patente, de todo el repertorio de lenguajes pictóricos imperantes. Y es que, si por otro lado, Codina procede de aquel realismo llevar, aprendido cerca de Novellas, de Alcoy, de Rovira Requesón o de Mensa, y de la otra no se lejano de un Manrique, de un Rivera, de un Millares o de un Tapias, es decir, de los que transforman la materia en una cosmogonía, cada vez estos referentes se hacen más lejanos y dejan que Codina hable con un idioma característico, para el cual ha necesitado elaborar una técnica propia.

Cómo se refleja en sus cuadros y dibujos, esta pintura surge de un injerto de las formas que Codina emplea y de los procedimientos que utiliza. El repertorio de formas, siempre biomorfas, nos remite, como he avanzado, en el cuerpo humano, en una constante lección de anatomía, la que vemos a simple vista y la que nos ofrecen las ecografías. En cuanto a las técnicas, estas su resultado duna rica alquimia que se produce sobre las planchas de hierro (rascados, refrotados, oxidaciones con nítrico, perforaciones y cortes generan una materia ferruginosa, tornasolada que acontece el apoyo del tratamiento pictórico), que no enmarca, lo cual las dota d ‘una ingravidez espacial que aumenta el sentido del misterio.

Josep M. Codina se, pues, un pintor que domina los elementos compositivos (cuando construye los apoyos), que domina el tratamiento de las superficies (cuando las trabaja con ácidos o pinturas) y que domina la materia de las formas antropomorfas, por eso su obra se compacta y original y pictóricamente tiene una voz propia.

 

Daniel Giralt-Miracle. «In extremis». Clarors en suspens de Josep M. Codina. Can Palauet. 1998.

 

Pinceladas de tiempo

 

Tiempo de referencia; tiempo perdido; tiempo muerto. La vida es tiempo que se hace añicos,

tiempo que se agrieta. Tiempo que se cultiva (a veces hay buena cosecha y el tiempo es de júbilo).

La vida es una jugada de bolsa con el tiempo. EL destino es el trato con el tiempo. La gloria, el uso correcto del tiempo. Hay un tiempo para amar y tiempo perdido empleado en su búsqueda. El arte es tiempo.

Josep M. Codina trabaja con el tiempo y en el tiempo. Siempre lo ha hecho.

Codina había pintado la evidencia del tiempo: relojes con agujas impacientes. Obra primeriza. La juventud siempre tiene prisa. Cuadros de una primera época en los que la persona habla con el tiempo, pero aún desde las convenciones de la inexperiencia.

El tiempo es la mayor dictadura para los humanos. Pasa el tiempo. Codina sigue pintando. La marca del artista es la tenacidad. Tetas densas, como el tiempo que representan. Está atrapado por el arte. Y también por el tiempo. Codina aprende que el tiempo es perro viejo. Lo representa enigmático y desconcertante. Es una segunda época del artista. La representación no es literal. Codina pinta lo que no ve. El tiempo que no ve. Pero lo siente.

Ha pasado cierto tiempo. Josep M. Codina nació en Mataró en el año 1958. De eso no hace ni mucho ni poco. Nuestra dimensión del tiempo da risa al Señor del Tiempo. La eternidad es quizás un instante. Codina insiste en el tiempo. Sabe lo que vale. Y también aprende a representarlo de forma más inteligente. Sus cuadros son superficies hechas con capas de tiempo. Los materiales son una expresión de ese tiempo: madera, parafina, cera, papel. La preparación necesita tiempo. El proceso también es obra. La pintura como proceso. EL tiempo como material del cuadro. Codina acaricia el tiempo con la preparación del cuadro. El gesto pictórico que da apariencia formal al cuadro es muy sutil. Combina la candidez de un garabato infantil con la cuchillada fría y metálica que mata un tiempo.

Más tiempo aún. Estamos en el presente. Codina presenta su trabajo más reciente (quizás no tan reciente). Es tiempo de galería. Tiempo de mostrar. Tiempo compartido. Hace poco más de un año estábamos en el mismo lugar. Un ámbito familiar (Ambit Galería d’Art). Constatamos que el tiempo ha pasado. Con el paso del tiempo la gran pregunta que surge es si tenemos o no más tiempo. Codina nos da la respuesta. Su hallazgo ha sido descubrir que el tiempo se puede acumular. En sus últimas obras ha cerrado las heridas del tiempo. Las incisiones han dado paso a los pliegues. Cada pliegue es un gesto de tiempo, cada pliegue es un instante. Muchos pliegues forman la vida. Como las pinceladas de Codina. Pinceladas de tiempo.

 

 

Jaume Vidal. «Pinzellades de temps». Josep M. Codina. ÀMBIT Galeria d’Art. Barcelona. 2002.

Claridades en suspenso de Josep Maria Codina

Je cherche l’or du temps afirmaba, a modo de moneda, André Breton, y, también, a uno de sus mejores y más conocidos poemas: plutôt la vie! Doble incitación: celebrar y adentrarse en la intensidad de la experiencia vital y, a partir de los sentidos, tratar de acercarse a su dimensión trascendente, inefable, preciosa.

La obra de Josep M. Codina pertenece a esta sensibilidad. El gesto, en sutil grafito, emerge de una materia entre mineral y orgánica, marmoleada y ligera como un roce de páginas a la vez. Ni paisaje ni cuerpo orgánico, ni símbolo del todo, lo que se representa es esencialmente ambiguo. De hecho, parece que el artista emprende una transmutación las cualidades materiales y ópticas de la pintura en evocación de lo intangible. En esto, también, se produce una coincidencia de la pintura con el ámbito estético de la poesía, donde, más allá del lenguaje, se divisan las dimensiones menos superficiales de la existencia.

Bajo el velo – o entre las vaporosas nieblas – de la pintura, se encuentra alguna verdad, no de las dogmáticas o ideológicas, sino de las que se nos hacen presentes cuando, distraídos de la banalidad cotidiana, en intersticios de soledad, nos reencontramos con nosotros mismos.

Algo queda esbozado, iniciado. Debemos estar atentos a este momento y en este espacio indefinido que Josep M. Codina, respetuosamente y sutil, deja manifestarse en su contundente fragilidad. Rehuyendo los peligros retóricos de la pintura, Codina esconde la pincelada. Combina los valores más humildes e íntimos del dibujo con un uso muy trabajado y volitivo de las ceras, que crean transparencias y valores táctiles muy particulares. La línea se convierte rendija, cicatriz, brillo, sedimento. Se expresa en un ámbito de claridades y transparencias -tan diferente de la tradición matérica catalana- parecer el espacio del tiempo hecho cuerpo.

Àlex Mitrani. Clarors en suspens de Josep Maria Codina. Museu Monjo. 2005.

 

 

Codina, caligrafías dérmicas

Si observáis un momento vuestra mano medio cerrada, descubriréis, detalle a detalle, un sorprendente laberinto de pasillos y pliegos. Esta simple observación del propio cuerpo y de su mundo más inexplorado constituyó el punto de partida del trabajo que en los últimos años ha desarrollado Josep M. Codina (Mataró, 1958) dentro del cual se inscriben las obras que nos muestra en las salas de exposiciones temporales del Museo de Arte Moderno de Tarragona. El conjunto de obras que reúne esta exposición, todos inéditos hechos expresamente para la ocasión, confirman la coherencia de una trayectoria que está logrando una extraordinaria madurez y que destaca al autor con perfil propio dentro de lo mejor del actual panorama pictórico catalán.

A pesar de la heterodoxia de sus insólitos y cuidadosos procedimientos técnicos con resultados plenamente personales, su vocación pictórica es irrenunciable y surge sustancialmente de la atracción por las calidades táctiles de la materia y la expresividad insustituible del trazo, aun así vive desde una severa contención desde la más inequívoca contemporaneidad. Este compromiso con su tiempo no proviene pero del alistamiento a las filas de ninguna tendencia imperante, sino que surge duna manera natural, al margen de cualquier corriente dogmatizando. Su producción se caracteriza técnicamente para utilización de cera virgen, parafinas fundidas para recubrir unas suaves pinturas elaboradas sobre apoyo de papel y madera (o metal con oxidaciones serías anteriores), y se fundamenta totalmente en la investigación y la experimentación constante, lo cual le permite que cada obra sea el impulso de la siguiente, que cada pieza tenga el riesgo, la incertidumbre del resultado final. Esta inquietud de ir siempre más allá, huyendo de la facilidad de aquello ya conseguido, y la asunción del riesgo a equivocarse, se complementan con una estricta autoexigencia, por eso no se trata, en su caso, de ir probando para encontrar resultados satisfactorios y efectistas, sino de profundizar en las posibilidades que los medios escogidos le desvelan cada día en el decurso del trabajo creativo, una tarea rigurosa y perseverante, gracias a la cual Codina ha logrado un lenguaje propio que se consolida día a día en su especificidad.

Las obras expuestas comparten un mismo sello y un similar tratamiento. Sobre unos tonos de cromatismo muy suave, resuelto con ligeras veladuras, frotados de manchas de tonalidades generalmente dominadas por una rica gamma de blancos de marfil o de ocres ambarados que se ha abierto en estas últimas producciones a una presencia más frecuente de rosados, violáceos, y delicados turquesas-, aparecen tenues trazos de grafito que esbozan formas muy simples: curvas, óvalos, pliegos, agujeros, espirales… Ligeramente sombreadas. La parafina más o menos traslúcida según el grosor de la capa la temperatura de fusión hace como un velo, como una neblina blanquecina, nacarada, que difumina la imagen dibujada, la cual acontece evanescente difusa como los recuerdos o los sueños. Metódico, pero también intuitivo, el autor permite la intromisión del azar (pliegos dibujados conviven con pliegos reales del papel que a veces se arruga al extender la cera o con las burbujas atrapadas) pero controla el resultado final siempre sometido a su innato sentido de la armonía y de la contención. Se importando señalar que queda incluida ya desde la mitad o incluso desde el inicio del proceso creativo la elaboración del peculiar «marco» de listones, mediante un juego de ensambladuras asimétrico y nunca repetido que forma parte inseparable de la pieza. Encontramos también, pero, otras obras en vitrinas que es distinguen por el protagonismo del apoyo único de pasta de papel, de un grosor y una textura insólitos, que confiere una potencia inusitada al tratamiento pictórico.

Codina establece un diálogo razón y sentimiento en partes iguales con la materia que trata cuidadosamente sin excederse en su manipulación, como respetando sus intrínsecas calidades, para extraer la máxima expresividad y conferirse la capacidad de transmitir emociones y sensaciones sensibles. Configura así un sutil juego de transparencias, de delicadas y trémulas texturas, etéreo, sensitivo, que evoca en perfecta simbiosis de forma y contenido aquello que esencialmente motiva y nutre su mundo plástico: la obsesión en el entorno del hombre, de su cuerpo, del envoltorio sensible que se la pele, frágil escudo que nos protege de las agresiones del medio, del entorno hostil, a pesar de que no consigue surgir indemne de la lucha. Arrugas, heridas, cicatrices… Testigos mudos del paso del tiempo y las circunstancias de la vida, se suman a ignoradas señales de identidad, accidentes texturales imperceptibles, anónimos rincones anatómicos…, todo un inédito repertorio epidérmico de superficies ignotas: pliegos, orificios, rendijas, surcos…, todas ellas improntas biográficas, irrepetibles en cada individuo y en cada parte del cuerpo.

Caligrafías dérmicas, topografías de la privacidad, vestigios emocionales que el autor rescata mediante la introspección en el paisaje más intimo, y que una vez extraídos de su habitual contexto, aislados en un entorno indefinido, logran una nueva y extraña existencia ya no particular sino universal, con ecos cósmicos, como metáforas del tiempo la memoria, de la esperanzadora supervivencia del ser vulnerable en un mundo adverso. Un discurso cada vez más depurado, radical en su autenticidad independencia respecto a los acondicionamientos dogmáticos imperantes, impregnado de sensibilidad y sutilidad…, capaz, en fin, de introducirnos en un universo enigmático, intimista y subjetivo que aparece lleno de pregones y poéticos misterios.

 

Raquel MedinaCodina, cal·ligrafies dèrmiques. Museu d’Art Modern de Tarragona. 2002.

Bio-grafías

Perseverante experimentador en los medios y procesos de un lenguaje personal muy elaborado denso, en los últimos años Josep M. Codina trabaja reflexivamente alrededor de las huellas que el paso del tiempo debido en el frágil envoltura del cuerpo humano: la peli. Las señales de identidad indelebles, manchas, cicatrices. Los grafismos biológicos que son las arrugas, por tan «bio-grafías» que el tiempo dibuja inexorablemente sobre nosotros, metáforas del tiempo y de la memoria, de la vulnerabilidad y la supervivencia.
El autor nos presenta estas sutiles caligrafías dérmicas inmersas en un océano translúcido de ceras fundidas que prepara cuidadosamente sobre madera o bien sobre pasta da papel manipulado de un insólito espesor. Este apoyo en algunas de las últimas obras muestra como novedad una alteración de la planimetría de la superficie mediante geométricos juntos y también la introducción del color, hasta ahora un factor casi inexistente y prácticamente limitado a las tonalidades naturales de la cera virgen o las parafinas, y el gris del grafito.
Un mundo fascinante Y misterioso el de estos vestigios sensibles, testigos mudos e íntimos de los episodios vitales, que les ha ido descubriendo y desarrollando a través de una constante búsqueda impregnada de un profundo sentido poético que alude a los enigmas de la existencia.

Raquel MedinaBio-grafies. 2006.

 

 

 

 

Sorprende esta necesidad que tiene el artista de hacer emerger lo inteligible visual del magma amorfo del cromatismo. Considerándolo de cerca, deberíamos decir que tal vez por el artista el mundo del color no tiene suficiente fuerza simbólica para imponerse solitario a la sensibilidad, y necesita que el cromatismo se convierta en el fondo de una historia real, una historia viva, orgánica, que esta sí, arrancará, a través de los ojos, la adhesión de la conciencia.

Figuración y abstracción conjunto, el uno no pudiéndose desprenderse del otro.

Este, precisamente, es un hecho en el que se ha emplazado la actividad plástica contemporánea después de haberse profundamente enterrado en la telúrica amorfositad de las materias. Parece que la sensibilidad del artista ya no pueda sentirse cómodo en ese mundo exclusivamente expresivo y necesite sobrepasar a las pautas del código establecido por la naturaleza -y el hombre, ciertamente, en ella- para estar seguro que lo que sensiblemente dice realmente comunica.

Observemos las obras de Josep M. Codina: veremos que reunifica la búsqueda del cromatismo informal, la textura – que una vez bajados al insondabilitad del arte de las materias ya no se puede ni olvidar ni prescindir y la forma concreta (siempre, pero desde la sutilidad de la alusión, ¿por qué esto?, nos preguntamos aquí mismo y ahora, porque el informalismo nos ha dado la seguridad de que expresarse no es escribir, y Josep M. Codina lo sabe muy bien). Estos tres polos del arte de ahora son aquellos que el artista mueve y se conmueve; la densidad de la sumersión la demostrando en cada una de las obras.

 

Arnau Puig. Galeria Palma XII. 1993.

 

 

 

 

Percepció, estímul: reacció. Advertir l´experiència en una impressió:
segellada aliança amb el passat.
Retrospectiva: submersió en les retràctils cavitats de la memòria:
reabsorció.
Contrafort: volitiva expiació: exercici catàrtic d’una infausta apropiació física(.): Semantització de la sèpsia del record: tumultuosa seqüencialització del mateix episodi d´una agressió vital; entròpica evocació d´imatges -no sempre accessibles-. Transtorn. Metamorfosi.
Exhalació.
Fenomen de distància: cronologització: detumescència de la gravetat de la tragèdia; levitat de la crisi: escenificació concèntrica de lanarquia iconogràfica; transferència
cronològica del caòtic:
codificació.
Absentisme de tota contingència. Les sensacions amarades d´intenció: aprehensió fraudulenta, comprensió fingida: accelerada penetració als territoris de la i-realitat: versionar des de la imaginació: tràfec delirant d´imatges possibles. Aquí transposades en matèria pictòrica.
Plastisització: reemplaç,
translació dels fluids dialèctics de la nostra infinitud: cossos amputats (,) : la simetria velada… Avui, no obstant, sobremanera el forat: la ferida, i, el laberint: intersticis al buit.
Com el dolor, el forat: factor eteri i únic element ratificador d’una desatesa consciència de l’existència d’una interioritat; impressió de làbil i inconstant retenció.
Com la vaguetat, ací, el laberint: dèdal privat de qualsevol accés: principi i fi en/de si mateix: impregnació, perllongació de tot el que som: alè i expiració,

Un element estrany, cicatritzador: un sargit; testimoni extern d’un trànsit desestabilitzador, tanca el cicle: erradicació i sobrefilament d’una fatal desunió del teixit vital.
Descontextualització,
especulació:
espaial, temporal, formal:
les simetries velades; el forat; el laberint: imatges impossibles (es) retallen totèmiques les superfícies del buit: blancs petris, ocres iodats, rosats i violacis, blaus-verds…: elaboració: conjuntiva amalgama cromàtica: encoberta metàfora anatòmica: llenguatge simbòlic:
cohesió.

Esther Juvé. «Laberint». Cartoon Galeria. 1993.

 

 

 

 

La voz del tiempo a través de la piel

Un mundo hecho de integraciones sutiles es lo que nos ofrece Josep Maria Codina con su obra. Y cuando hablamos de integraciones, nos referimos al resultado de conectar una percepción poética y plástica al mismo tiempo, un reducto visual donde la voz del tiempo se abre a través de los accidentes de la piel. La presencia del cuerpo es el recorrido vital que nos muestra una arruga, una cicatriz, un pliego …, todo lo que provoca la aparición de un nuevo orden, todo lo que marca la esencia del paso del tiempo sobre el ser humano.

El accidente es sutil, puede ser secreto, escondido …, pero siempre es una marca de la vida. En este caso, la materia, da voz a un mismo proceso de integraciones, un proceso donde se mezclan los soportes con el trazo y los materiales, siempre con la lentitud de las técnicas que permiten sugerir la sutileza de una piel, la vida que emerge tras las sombras o las veladuras, cuando podemos ampliar el sonido y atrapar los sentidos, cuando lo que nos muestra es tan significativo como lo que no vemos.

La plasticidad de estos accidentes de la piel registran, con su levedad, un fondo que nos acerca a la sismografía, al movimiento que convierte sonido interno y tejido del alma. Son los pliegos que no solo emergen sino que nos permiten auscultar los silencios. Ante una obra siempre nos dejamos llevar por el mundo oculto que entrevemos, pero para lograr este punto de equilibrio, el artista debe hacer coincidir muchos elementos. Quizás el aspecto más contundente de unas piezas de apariencia sencilla, sea la capacidad de restar y de sintetizar después de un proceso de conexiones diversas que tanto afectan al contenido como a la realización.

 

Glòria Bosch. La veu del temps a través de la pell. Ateneu C. Laietana. 2008.

Pinceladas de tiempo

 

Tiempo de referencia; tiempo perdido; tiempo muerto. La vida es tiempo que se hace añicos,

tiempo que se agrieta. Tiempo que se cultiva (a veces hay buena cosecha y el tiempo es de júbilo).

La vida es una jugada de bolsa con el tiempo. EL destino es el trato con el tiempo. La gloria, el uso correcto del tiempo. Hay un tiempo para amar y tiempo perdido empleado en su búsqueda. El arte es tiempo.

Josep M. Codina trabaja con el tiempo y en el tiempo. Siempre lo ha hecho.

Codina había pintado la evidencia del tiempo: relojes con agujas impacientes. Obra primeriza. La juventud siempre tiene prisa. Cuadros de una primera época en los que la persona habla con el tiempo, pero aún desde las convenciones de la inexperiencia.

El tiempo es la mayor dictadura para los humanos. Pasa el tiempo. Codina sigue pintando. La marca del artista es la tenacidad. Tetas densas, como el tiempo que representan. Está atrapado por el arte. Y también por el tiempo. Codina aprende que el tiempo es perro viejo. Lo representa enigmático y desconcertante. Es una segunda época del artista. La representación no es literal. Codina pinta lo que no ve. El tiempo que no ve. Pero lo siente.

Ha pasado cierto tiempo. Josep M. Codina nació en Mataró en el año 1958. De eso no hace ni mucho ni poco. Nuestra dimensión del tiempo da risa al Señor del Tiempo. La eternidad es quizás un instante. Codina insiste en el tiempo. Sabe lo que vale. Y también aprende a representarlo de forma más inteligente. Sus cuadros son superficies hechas con capas de tiempo. Los materiales son una expresión de ese tiempo: madera, parafina, cera, papel. La preparación necesita tiempo. El proceso también es obra. La pintura como proceso. EL tiempo como material del cuadro. Codina acaricia el tiempo con la preparación del cuadro. El gesto pictórico que da apariencia formal al cuadro es muy sutil. Combina la candidez de un garabato infantil con la cuchillada fría y metálica que mata un tiempo.

Más tiempo aún. Estamos en el presente. Codina presenta su trabajo más reciente (quizás no tan reciente). Es tiempo de galería. Tiempo de mostrar. Tiempo compartido. Hace poco más de un año estábamos en el mismo lugar. Un ámbito familiar (Ambit Galería d’Art). Constatamos que el tiempo ha pasado. Con el paso del tiempo la gran pregunta que surge es si tenemos o no más tiempo. Codina nos da la respuesta. Su hallazgo ha sido descubrir que el tiempo se puede acumular. En sus últimas obras ha cerrado las heridas del tiempo. Las incisiones han dado paso a los pliegues. Cada pliegue es un gesto de tiempo, cada pliegue es un instante. Muchos pliegues forman la vida. Como las pinceladas de Codina. Pinceladas de tiempo.

 

Jaume Vidal Oliveras. L’alè d’una petja. ÀMBIT Galeria d’Art. 2005.

 

 

 

 

Josep M. Codina i la creativitat de la recerca constant

L’art és una constant investigació, aquell que la practica mai no acaba, sinó que sempre comença. Per això em complau tornar a acompanyar a Josep M. Codina (Mataró, Maresme, 1958) en les seves arriscades experiències pictòriques per a trobar, dins del glatir de l’Univers, la raó última de l’existència humana. Fa uns anys ho vaig fer quan, amb la nau del pensament i entre les boires de la realitat, tot just aterrava en el laberint de les estructures. Fa pocs mesos, a Salou, junt amb els meus companys de jurat, em fou possible premiar un de seus quadres sobre el gran misteri del plaer que dóna a vida. I ara em trobo de nou amb ell per a burxar amb la paraula escrita dins de l’absorbent ferida que a manera dulls mig closos o de boques entreobertes ell situa sobre a tendror de l’ànima.
Josep M. Codina és un pintor de sensacions. Els seus sentits van més enllà de la realitat corpòria, encara que es necessita per a captar l’harmonia del gest, el gust de la pell, el ritme del so, l’olor de cos i la suavitat del sexe femení. Sensual, mai no es queda en les aparences formals, sinó que vol captar el sentit últim d’una convulsió que culmina en la més amorosa de les besades. Pinta per instint, encara que tot ho raona. Cerca, dins de les tècniques i els suports que ha anat emprant, aquells elements que millor l’ajudin a d’escriure. D’una manera plenament plàstica tot el misteri de l’amor cap als altres i cap a un mateix. Ara, el paper fet a mà, el llapis, la cera verge i la parafina són els seus aliats per anar més amunt, per a trobar-se amb la primera tremolor de la Ilum pròpia, aquella que sense saber-ho del cert nosaltres fou l’origen I és el final de tots els humans.
L’esperit és el que fa la matèria i aquesta s’obre i es tanca d’acord amb el que desitgem ser. Però no-més podem saber de l’interior a força d’insistir. Això és el que fa Josep M. Codina, constant i tossut en la seva recerca de les essències naturals. De la convulsió al calfred, de la commoció a la frisança, ens explica, potser sense saber-ho tampoc, que el plaer i el dolor, que la plenitud i la mancança, són els fonaments del constant dubte en el qual viu l’eterna creativitat.

Josep M. Cadena. Josep M. Codina i la creativitat de la recerca constant. Àmbit Galeria d’Art. 2001.

 

 

 

 

El laberinto de la vida es, al mismo tiempo, como un terrible y atractivo boquete que nace de pronto, sin nunca avisar, entre las nieblas de la personalidad que quiere manifestarse y no sabe cómo. Y las pasiones que nos rodean cuando apenas pasamos de la formación académica del pensamiento a la angustia de la creación, son como bocas chupadoras de la savia vital que aún no hemos aprendido a controlar. De estos dos peligros es consciente Josep M. Codina, pintor que ha pasado por el aprendizaje, tanto necesario, ir a tientas entre formas y colores y que ahora empieza a ver claro en medio de la oscuridad ambiental.

La pintura de Josep M. Codina levanta, solitaria, en medio de un enloquecido ir y venir de influencias y semejanzas. Cuando nada parece definitivo y todos los caminos de la creación pictórica llevan a una falsa seguridad revisionista de estilos y modos que, en resumidas cuentas, significa la autodestrucción, este joven artista nos da la posibilidad de acompañar con el espíritu su trayectoria hacia una nueva integridad del pensamiento. No nos propone morales, pero las primeras reacciones que producen sus obras para esta banda. El abismo está presente y tanto en su concepción geométrica como en los ojales sinuosos de los sumideros, hay la advertencia sobre el averno de la facilidad. De ella huye Codina, que con su arte sopla con fuerza para alejar calimas y humareda y encontrar el cielo diáfano donde se espera la nueva creatividad.

Toda obra magna tiene su proceso. Josep M. Codina, finalizado su periodo de preparación, comienza ahora su acción personalmente creativa. Lo hace desde abajo, desde el insondable abismo de las mentiras estructurales y los vicios establecidos. Describe una situación que termina por ella misma y que para perpetuarse intenta destruir el porvenir. Las trampas son muchos y es imposible ver todos. La única manera de superarlos es levantando el espíritu y volando por encima del que hay. Como hace Josep M. Codina con la obra que ahora nos presenta.

Josep M. Cadena. El laberint de la vida. Sala exposicions C. Laietana. 1995.

No es el autor un hombre tendente a las muestras públicas. Reflexivo de mente y osado en el trabajo, no goza en la voltereta del fácil halago y sí en la desazón placentera del mismo análisis, que lo lleva pieza a pieza a construir una historia bien estructurada, en la que los clásicos componentes de presentación, nudo y desenlace, ofrecen en unos lugares tan marcados como lo puedan ser el brillo de su tecnicismo, la inquietud de su pensamiento y este final abierto al espectador que redefinirá en sí mismo la tristeza o la alegría del hecho presentado.

No ha querido caer nunca en Josep M. Codina en tanta pintura vacua que nos rodea y que no dice nada, ni con las ayudas de complicadas teorías que tienen como máxima virtud la de la incomprensión. Tampoco se ha lanzado a la palabrería de la estética comercial. Su pensamiento imperturbable sigue sin atajo el camino de su sentimiento. Su obra encaja a la perfección en esta definición del arte con mayúsculas.

Pere Pascual. L’Aixernador. 1990.

Un espacio vital que el tiempo, con lo que significa de experiencia acumulada, ha ido transformando, sin alejarse en la obra actual de Josep M. Codina. El idealismo inicial, con su carga trascendental, ha dejado su lugar, de una manera natural, a una reflexión más concreta, a partir de una realidad física y mental que el pintor domina porque es la suya. Su es el paso necesario de un concepto inasimilable al objeto cotidiano que transformado por su pintura, conserva aún el carácter mágico inicial.
Este nuevo planteamiento vital se traduce en la necesidad y la voluntad de vivir al cien por cien, aprovechando al máximo el instante presente, y huir de algunas preocupaciones a largo plazo, temporalmente y conceptualmente para redescubrir las maravillas de la existencia cotidiana, sin caer nunca en la banalidad ni en el tedio existencial.

 

 

Claudi Puchades. Ionit. 2001.

Más palabras para Josep Maria Codina

Volver a hablar de Josep Maria Codina trece años después, es casi un verdadero compromiso. Y lo es mucho más aún al ver el camino que ha recorrido durante este tiempo. Ahora, ante la obra reciente, vuelvo a leer las palabras escritas un lejano 1991. Decía que el pintor sabía crear un mundo propio, un mundo lúcido, con sabor clásico, de buen taller, de excelente cocina y bella factura. Afirmaba que su pintura era siempre elaborada, noble y meditada. Terminaba asegurando que sentiríamos hablar, y muy bien, de la pintura de Josep M. Codina. Esto está escrito y en fe de dios que así ha resultado aquel nada atrevido vaticinio.

¡Cuánto camino ha recorrido, repito, el artista! Un camino hecho con pasos seguros, con vocación decidida, alejando las dudas con que de cierto ha topado en cotejar cada día la obra que se renueva. El hombre, el pintor queremos decir, sabe que su obra es un trabajo, y es ahora cuando me viene la cabeza un verso claro de Joan Vinyoli, cuya obra me ha obsesionado al ver hoy el trabajo de Josep M. Codina. Dice la voz del poeta de Todo es ahora y nada: «Me agacho el tiempo, y el obsesivo trabajo / de rechazar los ídolos; comprometido / a no ceder … «El pintor, con su obra, no cede ante el tiempo que hiere, y sí él agacha, escombros a escombros, rechazando ídolos -y hay tantos! -, levanta de nuevo esta obra de ahora, espléndida y terrible a la vez. ¡Qué retrato de un tiempo circundante! Un tiempo tallador y, repito, hiere. Heridas del tiempo, de las que el artista, con dolo, misterio y una enorme carga de reflexión, da testimonio. Todas las cicatrices, las llagas, incluso la huella de la dolorida lágrima, están presentes en esta obra, pero, al mismo tiempo también, dentro del misterio o el drama, si detenemos atenta la mirada, sabremos ver el exultante alegría de victoria sobre el tiempo, comprometido el artista a no ceder a él, a detenerlo sobre el papel, con el trabajo diario. También puede encajarlo -además, en vivo sarcófago- con sus heridas, recortes y suturas que la aguzada guadaña sabe, siniestramente, dejar con su cuño. «Hasta la muerte, encendida plenitud», dice otro verso de Joan Vinyoli. Toda esta obra de Josep M. Codina, recordando la hace trece años, ha sido una verdadera y encendido plenitud, una madurada reflexión, una sabia investigación, un esmerado retrato de vida. Pintura, arte, en fin. Oficio de pintor, trabajo de artista, la obra de Josep M. Codina.

 

Francesc Rodon. «Més paraules per a Josep Maria Codina». Espai 28. Galeria d’art. 2004.